JIM AMARAL

El Visionario (fragmento)
Por Gonzalo Márquez Cristo
“La esencia del arte es la poesía, pero la esencia de la poesía es la instauración de la verdad”, afirma Martin Heidegger, y es a la luz de esta acerada reflexión que se torna legítimo aproximarse a la obra de Jim Amaral, pues basta contemplar una de sus Esfinges para sorprender en ellas a la escultura aconteciendo como poesía, y para develar la experiencia tormentosa que condujo a su autor a erigir uno de los universos estéticos más significativos de nuestro tiempo ilusorio.
Si “el arte es poner en la obra la verdad” como lo vislumbró el gran filósofo alemán, aquí tenemos la constatación de esa idea fulgurante, pues el milagro que hace posible desocultar al ente y a la vez descubrir la Nada, habita estas creaciones magníficas.
Hay algo de videncia en un corpus estético que nos expone a la voracidad de nuestro pathos inexorable. Las figuras abatidas o expectantes, que se muestran bajo los signos de su aislamiento, producen en el contemplador la misma sensación que se manifiesta cuando admiramos las ruinas de Pompeya, porque en forma similar al intempestivo trabajo de la lava, los arrasamientos interiores y los oprobios que universalizan la condición humana, marcan en los bronces de Amaral su impronta indeleble.
Quien se aproxima a su universo artístico advierte en primera instancia a una horda de viajeros cósmicos que ha decidido eternizarse en sus bronces, pero apartándose del imaginario alienígena, confronta a una legión de torturados y perseguidos, y a las víctimas de la incomunicación y del silencio.
Sus creaciones podrían emanar del porvenir sideral pero más exactamente son la prueba de un tiempo fuente —perdido en la bruma de nuestro pasado—, perseguido a merced de los artilugios de la ensoñación: ejercicio que nos lega el prodigioso regreso a la infancia de la imagen, y claro, a la alborada de los ritos. 
El artista propende sin esperanza por el retorno del diálogo cósmico, sus imágenes están provistas de un mutismo insondable y aunque a veces ostentan enigmáticos mensajes tatuados en su piel en una lengua aún no inventada, siempre —en forma estremecedora—, tienen la certidumbre de que la urgente respuesta nunca se producirá.
No es lo arcaico lo que el escultor intenta plasmar como lo ha dicho reiteradamente la crítica, sino el sobresalto inaugural. No es lo antiguo sino la primera eclosión manifiesta… Pues de existir una profecía del origen —un augurio del primer latido, un vaticinio hacia atrás—, tendríamos que acudir a estas visiones escultóricas si pretendiésemos elucidarla.
Creaturas ocultas por extraños yelmos y unos seres que despojados de sus ojos escrutan el espacio, aguardan aparentemente desde tiempos remotos la solución a un jeroglífico capaz de interrumpir nuestro destierro interior, una clave que quizá logre redimirnos...
Es en asociaciones viscerales que irrumpe el arte de Amaral, en las formas básicas del inconsciente donde navega su imaginación insumisa, porque allí lo mágico funda su espacio más fértil. Estos tótems vigilantes que han hecho de sus brazos alas frustradas y de sus pies raíces, componen un territorio escultórico que se ha venido configurando desde 1989, con piezas de edición única, pues el autor es radical crítico de nuestro mundo falsificado.
Ascenso y descenso son las rutas de su fundamental expresión, gramática de la verticalidad como aquella que asiste a lo poético. De allí su secreto diálogo con lo abisal y lo celeste.
La ilusión del movimiento alienta sus imperturbables creaciones de bronce: al abrir las puertas de sus pechos una caligrafía secreta nos sugiere una comunicación astral, al girar las ruedas que asisten sus piernas aprendemos que el desplazamiento es un espejismo, al presenciar la piel de un torso se evidencia una germinación vegetal, y casi siempre es fácil advertir el cruento itinerario que conduce a estas invenciones metálicas a la forma de una obsesión.
Una iconografía hierática impone la ductilidad del tiempo. Sus figuras adquieren por el hechizo del arte existencia milenaria y la fuerza que lastotemiza revela una insaciable hambre cósmica, y se podría pensar que en su vuelo vertical ellas entonan una plegaria a la Vía Láctea o a la Nada, o tal vez a un dios que nunca vendrá…
Con frecuencia sorprendemos a sus seres antropomorfos en una mutación a pájaros o a creaturas bebedoras de luz, y en singulares ocasiones vemos numerosas ramas aflorando de sus cuerpos, pues la obra de Amaral es la apología de una metamorfosis inconclusa, es la proyección del ser hacia su límite, a veces provocada por impulsos aciagos y otras por la perseverancia interior, por el colosal intento de alcanzar una trascendencia galáctica.

  Jim Amaral, escultor y dibujante colombo-estadounidense, creador de un universo perturbador. La maestría de su obra escultórica y sus provocadores dibujos eróticos le otorgan un sitial irremplazable en la plástica contemporánea. Se graduó en 1954 en Stanford University, Bachelor of Arts. Realizó estudios en Cranbrook Academy of Art entre 1954 y 1955. Reside en Colombia desde 1957, con temporadas en California y París. Ha realizado exposiciones en Estados Unidos, Alemania, Francia, Suiza, Italia, Bélgica, Venezuela y Suecia, entre las cuales destacamos las efectuadas en los Museos de Arte Moderno de Nueva York, Bogotá, París, y el Centro Georges Pompidou.





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