LUCIANO JARAMILLO


Por Eduardo Serrano (Fragmento)
Luciano Jaramillo no tuvo límite temático infundiéndole a todos sus sujetos (con excepción de su mural sobre el café y de algunos retratos familiares) ese aire pesimista, grotesco y chocante, que libra a sus pinturas de convertirse en un objeto más. Es decir, no obstante el caos y la violencia palmarios en su obra, su producción es ortodoxa y homogénea; y a pesar de su técnica impecable, de su color a veces entonado en gamas exquisitas, y de los paisajes, en ocasiones sugestivos y radiantes, para Luciano Jaramillo el arte no fue nunca un elemento de decoración, sino al contrario, una advertencia, un señalamiento, un espejo de la realidad, con el poder de incomodar y de obligar a reflexiones.
Su obra -trabajada en una alta proporción con pinceladas sueltas y alargadas y con intervención de la espátula y los dedos- tuvo siempre una intención expresionista, comprobable en sus colores mustios y exaltados y en las deformaciones de los rostros. Es una obra, por tanto, en la que es fundamental la proyección de sentimientos y emociones. Un trabajo en el que cuenta en primer término su capacidad de conmover o de afectar con la hipérbole o la minimización. Una obra que agrede y que cuestiona, y cuya independencia amerita que se cite como ejemplo descollante ante la sumisión y la pasividad de gran parte del arte del país durante las tres últimas décadas.

Luciano Jaramillo (Manizales, 1938 - Bogotá, 1984). En 1951 viajó con su familia a París. Su primera exposición colectiva fue colgada en 1956 en la Biblioteca Nacional de Bogotá.
En 1957 viajó a París a estudiar pintura y publicidad en L'École de Colin. Mientras viajaba por Europa recorriendo museos conoció la obra de Bernard Buffet, quien según sus palabras definiría su universo expresionista. En 1958 ingresó a la Academia La Grande Chaumière y luego a la Julien de París, donde le sería concedido su grado en pintura y publicidad. De vuelta a su país natal realizó su primera exposición individual en la Galería El Callejón, de gran importancia en esa década. Al siguiente año se trasladó a Barranquilla donde se vinculó con Alejandro Obregón quien lo orientaría en su búsqueda visceral. En 1961 obtuvo el segundo lugar en el XIII Salón de Artistas Colombianos con su obra Desnudo.
Pintó el mural del Juzgado Municipal de Suba y el telón del teatro Los Fundadores de Manizales. El año de 1963 fue de gran productividad para el artista quien trabajó en un amplio tributo al Aduanero Rousseau.
Su exposición en el Museo de Arte Moderno de Bogotá, en 1965, lo llevaría a la consagración y sería incluso elogiado por la reconocida crítica argentina Marta Traba y por Walter Engel. En 1970 participó en el Salón Panamericano de Cali y en la Galería Meindl con una serie titulada "El Verano".
En 1972 elaboró su colección más conocida: El gran Juan y pintó el mural para la plaza de mercado del 7 de Agosto de Bogotá. En 1976 le fue otorgado el premio de la Corporación Nacional de Turismo por su afiche “Colombia una ruta diferente”. Expuso en el Museo de la OEA (1979), en Washington. El siguiente año editó su libro de grabados Caprichos.
En 1986 con una exposición retrospectiva se le rindió homenaje póstumo en el Museo de Arte Moderno de Bogotá.